Las siete colinas de Roma, las siete maravillas del mundo antiguo, los siete mares, el séptimo cielo, los siete pecados capitales, el séptimo hijo de un séptimo hijo... Siete son los días de la semana, como siete son los cuerpos celestes conocidos en la antigüedad, y siete los años de mala suerte si rompes un espejo... Siempre siete. Algunos números ejercen una poderosa influencia sobre nuestras convicciones y sobre nuestras elecciones.
Siete son también las lámparas de la arquitectura de John Ruskin. Este artista, crítico de arte y reformador social nacido en Londres en 1819, fue una de las personalidades más influyentes de la historia moderna, e inspiró a figuras tan notables y dispares como Mahatma Gandi, León Tolstói, Marcel Proust o William Morris.
«Ningún ser humano —escribió—, por grande o poderoso que sea, fue jamás tan libre como un pez». Como un pez, Ruskin amaba nadar contra la corriente, desafiando los arraigados fundamentos morales de la sociedad victoriana. Creía firmemente en el poder del arte para transformar la vida de las personas oprimidas, más por el analfabetismo visual que por las malas condiciones materiales. Su deseo apasionado era abrir los ojos de la gente a la belleza libre que nos rodea. Su credo era: «No hay riqueza sino la vida».
El arte no era un mero pasatiempo para Ruskin. Sus creaciones siempre tuvieron un propósito, y fueron una parte integral de su pensamiento. Visualizó sus intuiciones, pensó visualmente y desarrolló sus ideas a través del dibujo. Odiaba la creciente tendencia hacia la especialización y se negó a separar sus áreas de interés y participación. Ruskin pensó que era fundamental establecer vínculos entre todas las materias y disciplinas: ciencia y religión, naturaleza y arte. De alguna manera, siempre era capaz de observar la imagen completa. León Tolstói dijo que Ruskin era «uno de esos raros hombres que piensan con el corazón».
Su proceso de pensamiento más poderoso fue la serie. Disfrutaba encadenando asociaciones en un hilo interminable y se deleitaba enormemente con la complejidad de sus involuciones, con los vagabundeos laberínticos de la ruta, continuamente perdida, continuamente recuperada.
Siguiendo el hilo de este gigante, os propongo que exploremos juntos las lámparas del diseño de futuros. Han pasado más de 170 años desde que Ruskin escribiera Las siete lámparas de la arquitectura (1849), uno de los ensayos más influyentes en una época donde la industrialización se extendía imparable por Europa. Ruskin denominó lámparas a las leyes o principios morales que todo diseñador debía observar, y enumeró siete: Sacrificio, Verdad, Poder, Belleza, Vida, Memoria y Humildad u Obediencia. No obstante, también reconoció que eran el producto de un determinado contexto cultural, tecnológico y social: «No existe ninguna ley ni principio [...] que no puedan abandonarse con la llegada de nuevas condiciones o el invento de nuevos materiales».
Hoy necesitamos nuevos principios. El mundo inconsciente, competitivo, insolidario, obsesionado por el crecimiento a ultranza, desigual y egoísta en el que vivimos tal vez sea el resultado de la preocupación principal de Ruskin: la división del trabajo. «No es, realmente, el trabajo el que está siendo dividido; sino los hombres, divididos en simples segmentos de hombres, quebrados en pequeños pedazos y migajas de vida», escribió. En este escenario donde las personas se han vuelto casi irrelevantes, necesitamos compartir nuevas lámparas.
Tal vez, como sucede en la película El joven Edison (1940), podamos situar estas lámparas delante de un gran espejo. El film, que narra el periodo de vida juvenil del inventor Thomas Alva Edison, fue una de las películas favoritas de mi padre. Hace muchos años que no la veo, pero atesoro un recuerdo imborrable de algunas escenas. En un golpe de inspiración, un joven Tom Edison interpretado por Mickey Rooney, refleja la luz de varias lámparas de queroseno en un gran espejo que había robado de un almacén. Esta ingeniosa idea le permite improvisar un quirófano donde el cirujano del pueblo opera con éxito a su madre gravemente enferma.
Si pusiéramos las siete lámparas del diseño de futuros delante de un espejo humeante, tal vez podamos alumbrar nuevas posibilidades en la realidad... que puedan curar un planeta enfermo.
¿Cuál podría ser la primera lámpara del diseño de futuros?
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