«No me hace falta la luna
ni tan siquiera la espuma,
me bastan solamente dos
o tres segundos de ternura.»
Con estos sencillos y delicados versos cantaba Luis Eduardo Aute al poder de la cercanía, la atención y el cuidado para ahuyentar el miedo de estar solos en el universo.
Este enorme y polifacético cantautor nacido en Manila en 1943 quería ser arquitecto, pero abandonó la Escuela de Aparejadores de Madrid tan solo dos semanas después del inicio del curso para trasladarse a París, donde vivió la efervescencia creativa y cultural de la época. Aute fue músico, cantante, compositor, director de cine, actor, escultor, escritor, pintor y poeta. Su curiosidad por todas las expresiones artísticas y su agudo sentido del humor le mantenían siempre inquieto, construyendo un estilo propio al margen de convencionalismos. Como músico y poeta nos regaló composiciones inolvidables que han quedado prendidas en el alma de toda una generación. Falleció en septiembre de 2020, víctima del coronavirus, dejando tras de sí un enorme y prodigioso legado. Al alba, su canción más emblemática, llenó entonces las redes sociales y todos escuchamos de nuevo, encerrados en nuestras casas, la voz de Aute, siempre cargada de ternura.
La ternura es tal vez la fuerza más libre, audaz y poderosa que tenemos los humanos para construir nuevas visiones del futuro.
Precisamente estaba buscando referencias sobre el papel de la ternura en el diseño cuando Alice Rawsthorn compartió un hilo sobre el diseñador y arquitecto Franco Albini (1905-1977), uno de los más importantes y reconocidos creadores del pasado siglo. Al igual que Aute, Albini encarnó esa actitud transversal en la que las tres disciplinas del proyecto —diseño, arquitectura y urbanismo— se fusionan siguiendo un enfoque profundamente humanista. Comprometido defensor de una interpretación italiana del estilo internacional racionalista, Albini trazó la aproximación más convincente: la precisión, la claridad y la elegancia formal del movimiento moderno se fusionaban con la profunda sabiduría de la tradición artesana italiana. Albini siempre fue un arquitecto de frontera, buscaba la esencia de la forma a traves de un continuo, incesante proceso de hibridación y reducción.
«Siempre que Franco Albini describía los principios que definían su obra, —escribe Alice Rawsthorn— se repetían ciertas palabras. Los adjetivos incluían claro, preciso, sobrio y expresivo, y los sustantivos, sencillez, conocimiento, imaginación y ritmo». Como comprometido racionalista, Albini nunca utilizó la palabra ternura para referirse a su obra, pero yo sospecho que fue precisamente este sentimiento el que guió una buena parte de su trabajo.
Tal vez el ejemplo más emblemático sea su silla Luisa, una obra maestra imprescindible en el panorama internacional de la producción industrial del siglo XX. Luisa, el nombre de esta cuidada silla, es una dedicatoria a Luisa Colombini, esposa de Franco Albini y su más estrecha colaboradora durante más de 20 años. Un nombre nacido del amor y de la atención, ajeno a los vaivenes del mercado o a las ansias clasificatorias.
Ejemplo único de racionalidad compositiva y un exquisito cuidado por los detalles, la silla Luisa es el resultado de una exploración creativa que ocupó a Franco Albini durante 15 años. A lo largo de este apasionante viaje, el diseñador estudió con atención proporciones, ángulos, materiales, uniones, ritmos, contrapuntos... Al revisar repetidamente su diseño, Albini realizó un flujo constante de ajustes técnicos y modificaciones formales. Entre la primera versión de 1939 y la quinta de 1955, Albini tuvo la oportunidad de abordar los problemas detectados en las versiones anteriores e incorporar los avances tecnológicos surgidos durante aquellos años.
Producida en nogal o palisandro (inicialmente también en teca, caoba y haya), sus partes son completamente independientes y se pueden desmontar. La estructura de madera presenta uniones que aumentan de grosor allí donde se requiere una mayor resistencia mecánica. Estas uniones, fijadas con tornillos o en cola de milano, crean una sutil y cambiante relación geométrica entre las piezas individuales. Las patas traseras actúan como soportes debajo de los brazos, mientras que el respaldo está unido a la riostra trasera para permitir un ligero movimiento de balanceo. La composición es elegante, sobria y esencial, pero su sencillez es solo aparente: la pureza formal de las discontinuidades delata el cuidado puesto en todos los detalles. Sin duda alguna, una de mis sillas favoritas.
Quince años duró el apasionado viaje de Franco Albini hacia el corazón y la esencia de Luisa, una silla que se proponía como homenaje al amor, a la complicidad y al trabajo compartido. Quince años de aprendizaje, de cuidado, de atención, de mimo. Quince años de ternura.
En nuestra cultura occidental tendemos a asociar la ternura con la debilidad o con la fragilidad pero, como nos recuerda la sabiduría taoista, «Lo más débil del mundo cabalga sobre lo más fuerte que en el mundo hay» (Lao Zi, 6).
En una sociedad deslumbrada por la fuerza —crecimiento, poder, dinero, notoriedad— y donde la debilidad es menospreciada o ridiculizada ¿Qué sentido tiene apelar a la ternura? Sin embargo, la ternura es la expresión más serena, firme y audaz del amor. Saber escuchar, ponerse en el lugar del otro, comprender sus inquietudes y deseos, explorar juntos nuevas posibilidades, acercar dominios diferentes, desvelar intuiciones, cultivar el detalle, estar dispuestos a hacer las cosas de otra manera, acompañar, cuidar, son acciones de diseño cargadas de ternura que dan sentido y propósito.
Tal vez, como cantaba Luis Eduardo Aute, tan solo necesitemos cultivar cada día dos o tres segundos de ternura para ayudar a sanar nuestro mundo fracturado.
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