«¿No podrían los electrodomésticos pitar menos y cantar más? Ser más sutiles, más amables, menos rudos y menos gritones. Ser mejores vecinos, mejor compañía. Me parece un buen propósito para todos, pero también para los electrodomésticos.»
Con esta cuidada y atenta reflexión, el diseñador Máximo Gavete mostraba en Honos el poder del sonido para dar espesor y significado a la relación que los humanos mantenemos con los objetos que pueblan nuestras vidas. El sonido mítico del motor de 2 cilindros en V de una Harley-Davidson, el disparo preciso del obturador de una cámara fotográfica, el chasquido metálico de la apertura de un Zippo, el gorgoteo del cuello de una botella de buen vino al ser servida, el chirrido rítmico de un viejo columpio, ... son los sonidos que van construyendo, pista a pista, el paisaje sonoro de nuestra memoria.
Muchos de ellos nos dan también una información precisa sobre la naturaleza o las prestaciones de los objetos. En el País Vasco, todos los pelotaris profesionales saben que el sonido les habla sobre el comportamiento de la pelota. «La botas y la escuchas», comentaba el veterano Martín Alustiza en el blog de Isabel Vidarte. Golpes secos y concentración total. Por su sonido saben qué trayectoria va a seguir la pelota o con qué velocidad va a salir de la mano. Muchos músicos y artistas sonoros sostienen que asistir a un partido del Campeonato del Cuatro y Medio en un frontón como el Astelena de Eibar o el Atano III de Donostia es una experiencia sonora fascinante: las pelotas cantan en la jaula.
Fotografía de Indalecio Ojanguren, gureGipuzkoa.
Habitualmente tendemos a pensar que los sonidos que emiten los objetos no son más que un subproducto accidental de su funcionamiento o de su uso. Sin embargo, el sonido es un poderoso aliado para crear experiencias únicas. Los diferentes sonidos que emiten las cosas permiten guiar su uso, establecer potentes conexiones emocionales con las personas y narrar historias memorables y sorprendentes.
Inspirado en un recuerdo de la infancia, el sonido de las sirenas de los barcos que surcaban el rio Rin en un pequeño pueblo cerca de Stuttgart, Richard Sapper diseñó en 1983 el hervidor 9091 para Alessi. El reconocido diseñador quería evitar el molesto e irritante sonido que producían otros hervidores que se comercializaban en aquella época.
El elemento central del proyecto es un silbato de latón compuesto por dos pequeños tubos que reproducen las notas MI y SI. Siguiendo esta inspiración exquisitamente poética, nació el primer objeto multisensorial de Alessi. Gracias a este hervidor, la placentera pausa para tomar el té no se inicia con un estridente pitido, sino con una envolvente y breve melodía. Y en caso de que el usuario desee disfrutar del silencio, un sencillo mecanismo ubicado debajo del mango permite apartar el silbato de la salida de vapor.
El sonido nos ubica también en el espacio y en el tiempo. «El hervidor todavía está en producción —relataba Alberto Alessi en FastCompany—, pero si el agua utilizada tiene mucha cal, los tubos se oxidan y el silbato ya no funciona». El sonido nos advierte del paso del tiempo y nos acerca al alma y a las limitaciones humanas. «Todavía puedes hacer té —apostillaba el maestro editor del diseño italiano—, pero no con la música».
Definitivamente, los humanos creamos objetos que, en ocasiones, cantan.
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