«Pedazo de invento, la gaseosa.»
El milagro de P. Tinto es un fascinante largometraje que, utilizando de manera muy inteligente un enorme número de referencias culturales, ha logrado construir una narración, tan sorprendente y alocada, que ha terminado fijándose como una lapa en la memoria de los espectadores. Sin duda alguna, pertenece a ese selecto grupo de comedias españolas, disparatadas y surrealistas, que se han convertido por derecho propio en películas de culto.
Dirigida por Javier Fesser en 1998, el largometraje narra la historia de una ingenua pareja que, tras pedir insistentemente a San Nicolás que les dé un hijo, asisten a la llegada de dos extraterrestres en un extraño y pintoresco OVNI. Los ocupantes de la nave, el teniente Félix (Emilio Gavira) y José Ramón (Javier Aller), son dos seres calvos de baja estatura que vienen de un lejano planeta donde nadie envejece. La desesperada familia, ignorando la procedencia de sus visitantes, termina por adoptarlos como hijos suyos, eternamente jóvenes.
Los dos extraterrestres se comportan como niños que están descubriendo un nuevo mundo. José Ramón se aficiona pronto a la gaseosa, que bebe directamente en botellas de cuello Codd y cierre de canica.
Hiram Codd, ingeniero y fabricante británico de bebidas gaseosas, diseñó y patentó en 1872 una botella especialmente concebida para bebidas carbonatadas. Esta botella estaba fabricada en vidrio grueso para resistir la presión interna y disponía de una cámara superior para alojar una canica de vidrio y una arandela de goma en su cuello. Las botellas se llenaban invertidas, de tal manera que la presión del gas carbónico empujaba la canica contra la arandela, creando un cierre perfecto. Para abrirla, bastaba empujar la canica con el dedo hacia el interior de la cámara.
Como escribe Francisco Hernández Duque en La fabricación de gaseosas y sifones en Navarra, «El sistema de cierre era admirablemente simple, a la vez que muy eficaz». Para evitar que la canica cerrara de nuevo el cuello mientras se vertía la bebida, dos resaltes internos la mantenían alejada de la arandela. La botella con cuello Codd se hizo tremendamente popular en España entre los embotelladores de gaseosas y refrescos.
Sin embargo, los inconvenientes de este tipo de botellas se hicieron pronto patentes. A la elevada cantidad de vidrio empleada en su fabricación, había que sumar la exigencia de un lavado manual, las dificultades para sustituir las arandelas de goma y la falta de higiene en su apertura. La introducción de los tapones mecánicos de porcelana con junta de goma para las botellas de formato familiar y, sobre todo, la generalización de los tapones corona en la década de 1930, mucho más económicos, impulsaron la desaparición de las botellas de canica.
«Aun así, muchas fábricas —sigue Francisco Hernández Duque—, sobre todo de pequeña entidad, siguieron utilizando estas botellas hasta que finalmente fueron prohibidas por una orden ministerial aprobada el 16 de marzo de 1955, principalmente debido a causas relacionadas con la falta de higiene de este tipo de envases». Hoy quedan pocos ejemplares de esta particular botella, ya que no podían ser reutilizadas eficazmente en el ámbito doméstico y, por otro lado, eran muy demandadas por los niños de la época, que solo tenían que romperlas para conseguir las deseadas canicas.
Yo estaba completamente convencido de que las botellas de canica solo se podían encontrar hoy en almonedas o mercados de antigüedades cuando mi hijo, gran amante de la cultura japonesa, me habló del Ramune. Esta bebida carbonatada con aroma cítrico en su versión original, se envasa actualmente en una botella única con cierre de canica. Hay que remontarse a 1884 para asistir a la introducción del Ramune en la ciudad de Kobe por el farmacéutico escocés Alexander Cameron Sim, quien desde el primer momento utilizó una botella con cuello Codd.
Este refresco es uno de los símbolos del verano en Japón y se consume ampliamente durante los cálidos días estivales. La palabra Ramune, que designa tanto a la botella como a su contenido, no es la marca de un fabricante específico, sino la denominación de una categoría fabricada por varias empresas embotelladoras. Esta combinación de recipiente y contenido se ha transformado en un raro fenómeno casi exclusivo de Japón, amado tanto por los consumidores locales como por los extranjeros que visitan el país.
A lo largo de los años, varias modificaciones han conseguido superar los inconvenientes del sistema Codd. Durante mucho tiempo, las tiendas minoristas facilitaban empujadores de madera para abrir las botellas, pero desde la década de 1980, se incorporó una herramienta plástica. Esta pieza se une a la parte superior de la botella mediante un film, intercalando un anillo para impedir que la canica se desplace accidentalmente hacia abajo antes de su apertura. En la década del 2000, se introdujo también una tapa plástica roscada (en sentido inverso) que bloqueaba la arandela de goma contra el cuerpo de vidrio de la botella y permitía extraer la canica de la cámara y facilitar la limpieza del conjunto.
Hace unos pocos días he sabido también que Banta Soda, un refresco carbonatado de la cultura popular india, se vende desde finales del siglo XIX en una botella de cuello Codd. De hecho, la bebida recibe su nombre de la canica, conocida en hindi con el nombre de "Banta".
Es apasionante comprobar cómo algunos productos desaparecen de una determinada cultura material para, de alguna manera, encontrar su acomodo en otra radicalmente diferente. Sospecho que unas pocas adaptaciones evolutivas (no puedo resistirme a la analogía darwiniana) no pueden explicar cómo determinados objetos, que se extinguen definitivamente en unos ecosistemas culturales, llegan a prosperar en otros. El extraordinario apego de las culturas japonesa e india a determinadas tradiciones puede estar detrás de este fenómeno, aunque se trate de un artefacto cultural llegado de las islas británicas hace casi 140 años.
Definitivamente, el universo de los objetos no es la tabla rasa que las fuerzas de la globalización y la estandarización nos han hecho creer. De hecho, algunos rasgos que se creían extinguidos pueden reaparecer más tarde en otras configuraciones funcionales.
Cuando en el año 1994 diseñamos la Jarra Elegance para Araven, estábamos buscando una tapa que cubriera también el pico de vertido para que el contenido siempre quedara eficazmente protegido. Varios modelos competidores incorporaban tapas compuestas por dos piezas que cumplían esta función. La pieza que cubría el pico de vertido podía abrirse para servir el contenido pulsando una leva con el pulgar de la mano que sujetaba la jarra. Para una persona que ya está soportando el peso de dos litros de bebida en su mano, este movimiento podía ser muy difícil, así que decidimos evitarlo.
Varios años antes, en 1980, Achille Castiglioni había diseñado el juego de aceite y vinagre AC01/03 para Alessi. El genial diseñador y arquitecto milanés había observado que la tapa era el elemento más problemático de estos sets. Castiglioni la dejó abisagrada a la botella y le incorporó dos grandes orejas metálicas que funcionaban como contrapesos. Las orejas mantenían la tapa abierta mientras el líquido se vertía, y la cerraban cuando la botella volvía a su posición vertical.
Nosotros estábamos buscando un sistema similar de contrapeso cuando recordé las botellas de gaseosa con cuello Codd. Así nació la Jarra de la Canica. Gracias a una bola de vidrio alojada en el interior de la tapa, la apertura se realiza de modo natural al inclinarse la jarra, sin necesidad de otras manipulaciones. El sistema es una adaptación evolutiva de los tradicionales cierres de gaseosa que apela al juego, a la memoria y a nuestras emociones más personales para construir una experiencia significativa. El cuerpo de la jarra, de dos litros de capacidad, tiene además la anchura perfecta para permitir su colocación en el portabotellas de la puerta del frigorífico.
Innovación y usabilidad se dan la mano en esta sofisticada pieza que integra aspectos afectivos en una cuidada estética y que, 27 años después, aún se encuentra a la venta. ¿Qué hace entonces que algunos productos desaparezcan, en un momento histórico preciso y en un determinado ecosistema cultural, para prosperar en otro lugar, o para reaparecer en otra configuración? ¿Tiene una pequeña esfera de vidrio algo que ver en ello?
Como decía Chiara Alessi en Tante Care Cose, la canica, la bola, la esfera «es en sí mismo un objeto perfecto, sin inventor y al mismo tiempo con un coro de inventores que lo hacen verdaderamente universal: de todos, por todos y para todos. El juego ideal».
¿Quién no ha jugado con canicas en alguna ocasión?
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