21 septiembre, 2007

El Peine del Viento

Visitar el Peine del Viento durante los fuertes temporales de comienzos del otoño, a esa hora incierta de la tarde en que la luz reverbera en la espuma y arranca reflejos imposibles al acero, es una de las experiencias estéticas más estimulantes y enriquecedoras que puedan disfrutarse.

Entre la niebla y la lluvia, el mar retumba en las rocas alzando columnas de espuma hacia un cielo verde y gris. Bajo las piedras de la plaza casi se escucha la respiración del leviatán. Mientras, el viento traza sombras de agua sobre los poderosos tentáculos de acero y descubre raices de árboles ancestrales al pie del acantilado.

Este privilegiado lugar, ubicado en el extremo de la bahía de San Sebastián, fue el resultado de la colaboración de dos creadores excepcionales: Eduardo Chillida, autor del enigmático conjunto escultórico y Luis Peña Ganchegui, arquitecto de la plaza escalonada que sirve de antesala y mirador a la obra.

A pesar de que ha quedado integrado desde hace mucho tiempo entre las grandes señas de identidad de la ciudad, el Peine del Viento no había sido todavía inaugurado oficialmente.

Peine del Viento

Un emotivo acto ha venido a llenar el vacío social e institucional que rodeó a la obra: El Peine del Viento fue finalmente inaugurado el pasado domingo, treinta años después de su colocación en el extremo de la playa donostiarra de Ondarreta.

Treinta años: el tiempo que tardan nuestras instituciones en aceptar proyectos innovadores y arriesgados, audaces y provocadores.

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