«Todos somos diseñadores. Manipulamos el entorno para que sirva mejor a nuestras necesidades, Escogemos qué objetos poseer, y cuáles tener a nuestro alrededor. Construimos, adquirimos, disponemos y reestructuramos: todas estas actividades son formas de diseño.»
Donald A. Norman
"El Diseño Emocional. Por qué nos gustan (o no) los objetos cotidianos", Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 2004.
«Mensaje importante: todos (T-O-D-O-S) somos diseñadores. Todos y cada uno de nosotros emitimos docenas -probablemente cientos, quizás más- de "señales de diseño" diariamente. En la forma en que nos presentamos. En el "resultado" de nuestro proyecto. Etc.»
Tom Peters
"Diseño: Innova, Diferencia, Comunica", Ed. Pearson Educación, S.A., Madrid, 2005.
«Whatever you choose to do, don't try to do it alone. We are all designers now.»
John Thackara
"In the Bubble: Designing in a Complex World", The MIT Press, Massachusetts, 2005.
Todos somos diseñadores. Éste es uno de los conceptos que últimamente más se está extendiendo por la cultura empresarial. A pesar de que viene avalada por prestigiosos y reconocidos gurús del diseño y la excelencia empresarial, la proposición carece absolutamente de sentido.
Decir que todos somos diseñadores porque modificamos nuestro entorno es tanto como decir que todos somos matemáticos porque somos capaces de calcular el cambio en la tienda de la esquina. O decir que todos somos músicos porque cantamos bajo la ducha o nos da por silbar alguna melodía mientras cortamos el césped. De seguir así, todos somos actores, todos somos psicólogos, terapeutas, humoristas, magos, empresarios, abogados, economistas, asesores, vendedores, malabaristas... la lista es interminable. Joaquín Sabina, el viejo pirata, podría haber hecho una canción sobre el asunto.
Todos somos diseñadores... ¿Qué implica realmente esta absurda afirmación? En la actualidad el diseño es una disciplina central en la estrategia de cualquier empresa, un factor decisivo de su éxito o su fracaso. Los diseñadores han pasado en poco tiempo de ocupar un pequeño cubículo anexo a la oficina de ingeniería a sentarse a la derecha del director general en el consejo de administración.
Por supuesto, quienes hasta ese momento ocupaban este puesto han sostenido que los diseñadores, excesivamente creativos y muy poco racionales, no tenían el grado de competencia necesario para ocuparse de la misión de la empresa, la estrategia de productos, o la comunicación corporativa. Con ello intentaban agarrarse con uñas y dientes a un sillón que irremediablemente estaban perdiendo.
Pero he aquí que la solución de este conflicto de poder corporativo, la oportunidad para que los directores de marketing o los asesores de estrategia recuperen el terreno perdido se halla en extender la profesión a la totalidad del género humano: Ahora todos somos diseñadores.
El diseñador, consecuentemente, desaparece de la escena: no existe como profesión lo que, en definitiva, saben hacer todos. Además, ¿quién querría pagar por ello?
Los casos de Jonathan Ive y Apple Computer, Lars Engmann e Ikea o Philippe Picaud y Decathlon quedan finalmente como casos aislados, como fértiles oasis en un desierto donde los granos de arena son los innumerables diseñadores recién llegados desde otras disciplinas. Por supuesto, las empresas comprenden y valoran el potencial innovador del diseño, pero muchas de ellas estiman que es una responsabilidad demasiado importante para dejarla en manos de los diseñadores: la confían a otros profesionales, tal vez con otras habilidades, pero, ciertamente, con un escaso nivel de competencia en diseño e innovación.
Don Norman, Tom Peters y John Thackara se equivocan: El diseño nos hizo humanos, pero el hecho de ser humanos no nos convierte en diseñadores.
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